ANAQUEL
24 de febrero de 2024
BODEGÓN
Los maestros de la pintura emplearon el género del bodegón, las naturalezas muertas, la pintura de objetos inanimados como botellas de vino y canastas de fruta sobre una mesa para dar cuenta del inevitable paso del tiempo y la naturaleza perecedera de las cosas que amamos. Eduardo Benítez pinta un bodegón como fondo para una historia, un diálogo ínfimo y el misterio persistente del recuerdo.
BODEGÓN
Decoraban las paredes de aquel bodegón una cantidad de viejas fotografías enmarcadas de artistas, equipos de fútbol, cantantes y personajes que alguna vez habían pasado por allí y que hoy vivían entre la humedad y las rajaduras de la pared. En una mesa, bajo la luz exigua, hablan un hombre y una mujer. Hay una botella de vino. Él no es muy viejo, pero se lo ve gastado, con la cara marcada, tiene ojos mínimos y manos rústicas. Ella es de pelo renegrido, con rasgos afilados, podríamos decir que atemporales, se la ve cuidada.
─ ¿Ya nos vamos? preguntó él.
─ Todavía no, respondió ella tomando un trago de vino.
─ ¿Estás enamorada? la interrogó.
─ “El amor es deseo y el deseo es carencia”, siempre lo he estado, dijo sin mirarlo, como pensando, con la mirada perdida.
─ Yo traté de ser feliz, pero siempre había un vacío en mi felicidad.
─Todo es transitorio, dijo ella. Lo único que permanece es la transitoriedad. Ya es hora de irnos.
Y se desintegró sin aviso, como un perfume en el viento. Él se quedó casi dormido sobre la mesa, entre la luz tenue y el vino, bajo la mirada infinita de los personajes de antaño.
EDUARDO BENÍTEZ
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