La Casa Sabe

  La casa sabe. Sus paredes ruinosas, acumulan moho y musgos hediondos. Como en un enjambre, se amontonan las hojas sepias en la desvencijada canaleta. Las pocas tejas que se mantienen en el tejado no contienen la lluvia que alfombra los pisos como un espejo acuoso. La hiedra ya no trepa en busca del sol, apenas huye hacia ninguna parte.

  La casa sabe, ella también. El viejo roble dejó de dar sombra, sus ramas desnudas y cansadas ya no me cobijan. Los vegetales de la huerta se columpian malheridos, al son de una ventisca irresuelta y dañina.

  Se me agusanaron los frutales. El fresno y los ciruelos recitan odas crujientes, anunciando la pronta caída de su ramaje. El jacarandá, por más que trate, ya no tiene modo ni para quien florecer.

  Ella sabe, la casa sabe. El alero del garaje cuelga vertical y ya no es posible entrar por el portón. Da igual, hace años que yace el viejo Torino, sin ruedas, sin motor ni destino.

  Del camino al cobertizo solo quedan maleza y espinillos, el único sendero que se observa-diminuto- es el que trazaron las infatigables hormigas.

  Y en el rincón último, al fondo del caserón, entre los escombros del aljibe y el alicaído alambrado, estoy yo, en el habitáculo terroso donde reposa mi osamenta o lo que queda de ella.

  La casa sabe, ella...ella bien lo sabe. Cena para dos a la luz de las velas, noche de amor. Veneno, pala, entierro, sepultura, valijas, dólares.

  El cartel de vendido está colgado en las rejas del frente del caserón.

Luis Sánchez Berazategui