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ANAQUEL

24 de febrero de 2024

Sol de julio

En 1984 los hermanos Taviani realizaron una maravillosa película a la que llamaron Kaos. Era la adaptación cinematográfica de cinco relatos del escritor siciliano Luigi Pirandello. ¿Por qué la traemos a cuento? En la escena final de la película la madre le dice a su hijo, Pirandello: “Intenta mirar las cosas con los ojos de quien ya no las ve. Te causará dolor pero este dolor te las hará más sagradas y bellas”. En el relato de hoy, Patricia Marvisi ha cumplido a fondo con ese parecer, narrando la historia de un final desde el lugar más difícil.

Sol de julio 

El sol desteñido de julio no alcanza a desentumecer mis huesos, ni siquiera a entibiar un poco mi gélida sensación de tristeza.

Él ya no está y nada puede cambiar eso, ni un océano de lágrimas, ni los insultos a un Dios autista que todo lo ve y todo lo oye pero nada dice. Bajé del auto sabiendo que las plegarias no me ayudarían, la puerta estaba descentrada y me costó abrirla, salir no fue fácil pero la mezcla de dolor y bronca me dio una fuerza inexplicable.

Entro al viejo cementerio y comienzo a caminar por las angostas calles de pinos, en ese entorno me parecen tétricos, como los ostentosos mausoleos, los herrajes herrumbrados o los simples montones de tierra removida. El viento silba entre las ramas y me trae un olor salobre del mar cercano, ahora la feliz sensación de la playa es la única plegaria verdadera.

Atrás, muy atrás quedan nuestras tontas peleas, quedan ahí justo ahí, en esa rotonda interminable, en el golpe contra la ventanilla, en la música que no escuchábamos y los gritos y un puño contra el volante y un bocinazo agudo y después un largo silencio.

Cuántas veces le dije que levantara el pie del acelerador, que no era el momento de discutir, mil, más de mil veces y para qué ahora estos reproches, un segundo y ya la vida ha mutado.

Sigo caminando, cada vez más lenta, más sola, más helada. La calle se vuelve más estrecha, las pocas personas que cruzan mi camino no me ven y yo también las ignoro, esta mañana solo el frio y la tristeza me traspasan agudas como un trépano, las fotos contra las paredes escoltan el camino, rostros viejos, jóvenes, adustos, algunos sonrientes, todos igualados por la eternidad. Flores secas corren por la callecita breve y se adelantan a mis pasos.

Esta no, esta tampoco, es aquella la de las flores frescas, que feas me parecen esas rosas blancas aunque siempre fueron mis preferidas, las elegí en mi bouquet de quinceañera, en mi ramo de novia, hoy lucen distintas.

Aquí estoy, por fin llegué. Un cansancio inaudito me demora, acomodo un poco las rosas y leo: Horacio Manuel Aguirre y Julia Elena Márquez de Aguirre se fueron un 7 de julio, que en paz descansen.


Vuelvo a leer, mi antigua angustia comienza a correr entre las flores secas, a desvanecerse con el movimiento de los pinos, la rabia se esconde entre ellos y quizás llegue hasta el mar donde tantas veces fui feliz. Creí sentir menos frio, me vi junto a Horacio y ya no estábamos enojados.

                                                                                                  

PATRICIA MARVISI

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