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20 de junio de 2024

El conjuro

¿Habéis escuchado alguna vez, en el fondo de la noche, el canto de las brujas? Viviana Battistesa narra hoy una historia de brujas en un relato gótico de impecable atmósfera.

El conjuro

Más rápido de lo que había pensado, ella huyó del aquelarre nocturno, alterada por el bullicio, sintiéndose esquiva. “Ya no más”- se dijo.  El canto de las otras continuaba, querían retenerla.

Escapó por el bosque espeso, tratando de frenar con sus brazos los haces de luz, refractados por la luna a través de las nubes altas, que en esa intemperie ampollaban su piel.

Atravesó la espesura de los árboles, de las ramas que iban enredándose en sus manos como zarpazos. Las hojas secas, los débiles troncos caídos crujían a su paso apresurado. Las lechuzas, la guiaban posándose a los costados del sendero que finalizaba en su morada. Aquel, su lugar, donde se cansaba y descansaba, donde se refugiaba de los malos vientos, donde decidía ser quien era, porque jamás dudó de su naturaleza, la que muchos conocían y la que pocos realmente sabían; porque “conocer no es saber” se repetía…

Ella tenía su propio canto y una misión universal que debía cumplir. El cosmos secundaba su precepto.  El conjuro debía revelarse.

“Ni dos, ni una, ni tres”

Había dos veces, no había una vez, que el ser humano había cometido el mismo error.

Había tres veces, ni dos, ni había una vez, así que volvió a repetirlo.

Y hasta el confín, confinado, el error, no el humano, ha perdurado”.

Ella, gran entrenadora de emociones, de todas las sensaciones, ya se sentía a salvo en su casa que mutaba ante su presencia. Allí, ya no habría invitadas de su especie. El canto de las hechiceras desenfrenadas no sería escuchado.

La música la adoraba y le convidaba pentagramas repletos de todas las claves y las musas de todas las artes coloreaban o lloraban sus días.

Acunaba luciérnagas hasta que se convertían en estrellas para liberarlas al cosmos y en su reverso escribía su nombre para que brillara en la eternidad.

Cocinaba conjuros que repetía cada día, a cada hora, para no olvidar y para que fuera posible:

“Ni dos, ni una, ni tres”

Había dos veces, no había una vez, que el ser humano había cometido el mismo error.

Había tres veces, ni dos, ni había una vez, así que volvió a repetirlo.

Y hasta el confín, confinado, el error, no el humano, ha perdurado”.

Con cuchara de madera revolvía el sortilegio y lo derramaba sobre el piso, aquel de hojas verdes, aquel que regaba con sus lágrimas.

Cuando amanecía, rendía su virtud al sol que entraba por las hendijas, el que dejaba ver su raída cortina de pesadumbre. Siempre esperando la noche, para ver menos, para ser más.

Sin espejos se acomodaba el alma y repetía cada día, a cada hora:

Ni dos, ni una, ni tres…

Tras  el conjuro, el cuadro de la habitación que habitaba, cobraba vida y sucumbía en grises oscuros, profundos. La imagen del hombre siempre se resistía a infringir su sagrado principio.

Ni dos, ni una ni tres…

Se desdoblaba en cada cosa, en cada animal, en cada persona pensada, transformando su soledad en multitudes.

Aquellos aquelarres habían quedado atrás, no regresaría jamás.

Su recinto palpitaba con ella, tenía cosas más importantes que hacer, el encantamiento debía ser y a toda prisa.

Ni dos, ni una, ni tres… repetía, cada día, a cada hora.

En su casa, en su interior y en su absoluta clausura, insistía hasta caer rendida de cansancio.

 

VIVIANA BATTISTESA

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